miércoles, 15 de diciembre de 1993

Benito el Billete

Los artistas, como ya he dicho otras veces, son como dioses. Pueden crear lo que imaginen, incluso darle vida o quitársela si quieren. Pues bien, esta historia comienza cuando Juan, el tío de Alberto -que tiempo después sería el gran pintor Albert G.- dio mil pesetas a su sobrino antes de entrar en el colegio una fría mañana de primavera.

A Alberto no le gustaban nada las clases, siempre decía que él ya sabía escribir, leer y multiplicar y que todo lo demás no servía para nada. Sus notas nunca fueron especialmente buenas debido, sobre todo, a que se pasaba las horas dibujando a sus maestros y compañeros.

Aquel día su distracción había sido dibujar la cara del maestro de lengua -y le había salido casi perfecta- en el billete que por la mañana le regalara su tío. Y como ya dije, los artistas -aun de niños- son como dioses.

Benito -o al menos así había creído siempre que se llamaba- tenía ya unos años. El tiempo y las manos habían llenado de arrugas su cuerpo, sus bordes estaban amarillentos y sabía que nunca recuperaría aquel verde casi brillante de su juventud, como también sabía que la habitación en la que se encontraba iba a conocer el final de sus días.

Después de tantos años se había acostumbrado a la gente, pero no temía la soledad que ahora le acompañaba, porque había estado siempre con él y en algunos momentos de una manera muy especial. De hecho, jamás podría olvidar aquellos años en los que estuvo amontonado en la caja fuerte de un viejo rico entre cientos y cientos de inertes billetes... Descárgate el cuento completo aquí.

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