jueves, 19 de mayo de 2005

Cinco sentidos

Esta mañana decidí buscarte por las calles de Granada, poner mis cinco sentidos en cada rincón de la vieja ciudad con intención de encontrar dónde encontrarte. El sol se había despertado con vitalidad y a media mañana, ya sabía que el día iba a ser arduo. Distraído y sin saber a dónde ir decidí caminar sin rumbo, por donde mis pies me llevaran.

Pero de repente, frente a un arco, me detuvo el tiempo. Una puerta que transgredía la historia y acunaba calles que el sol no lograba bañar, callejuelas que subían, que bajaban, callejones que se estrechaban para volver a ensancharse, que se escondían detrás de algún recodo. Piedras, cantos rodados, argamasa... Tapias que ocultaban ramas y ramas que escondían, de nuevo, la luz.

Paredes que me mostraron cientos de vivos colores tendidos a las puertas de otros mundos: arcoiris ruborizado, poniéndose en el horizonte, como calor de mediodía, vivo de esperanza, surcando las profundidades, feminizado... Paredes que, por un segundo, descubrieron a lo lejos un reflejo y otro y otro una y otra vez reflejados. Que, por un instante, te descubrieron a mi vista repleta de vida, de alegría; transparente como cristal que esconde sus entrañas tras el chisporroteo de una sonrisa.

Y cuando quise acercarme, la tierra misma comprometida en humos y olores de especias e inciensos embriagaron mi razón. Sueños de tierras lejanas que nunca conocí y del suelo de nuestros ancestros se agolparon en mis sentidos y, casi sin darme cuenta, la audacia de tu intuición y la certeza de tu entrega se dibujaron y se esfumaron ante mi nariz.

A la orilla más triste de la ciudad llegué buscando aire fresco, luz y descanso. A
poyado contra una almena conseguí relajarme y sentí -como si fuese corriente del Darro- tu cuerpo entre mis manos: suave tu piel, tiernas tus nalgas, firme tu pecho y deslizándome por tu regazo, tu corta cintura. Enmarañándome y desenmarañándome al son de tus cabellos, en tus labios el rocío.

Y de nuevo el Albaicín me condujo por entre sus laberintos hacia ti: un silbido, un susurro, unas notas, una melodía como de flauta; quizás la voz escondida de una mujer. Y unos timbales. Vibraba ya el aire cuando mis oídos empezaron a sentirte de nuevo. Como una intuición al principio, con toda nitidez después: te encontré volátil, entimismada, sumida al ritmo húmedo de tu piel, toda en erupción, gimiendo la música de tus entrañas. Al vuelo. Libre. Muy libre.

Un orgasmo gitano de cajones, guitarras y quejíos, un festival de árboles perfumados y olorosa cocina lugareña, el viento rompiendo en cada centímetro de mi piel y el sol irradiando los pequeños colores en venta... Y el gentío, sus críos y toda la euforia de aquella plaza enmudeció de repente. Majestuosa, solemne, como suspendida frente a mí alzó su voz la Alhambra: “Lo que permanece se crea piedra a piedra".

Esta mañana desperté en Granada decidido a buscarte por sus calles, poner mis cinco sentidos en cada rincón de la vieja ciudad con intención de encontrar dónde encontrarte y cuando el sol iba a ponerse, ya sólo quería saborearte.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Qué le pasa a la gente con el sexo y el erotismo? ¡Cuánto pudor, pero yo tampoco me atrevo...!
Víctor

Laura dijo...

"Erotismo y poesía:el primero es una metáfora de la sexualidad, la segunda una erotización del lenguaje"

Deberías sacar más tu faceta de relatista...