viernes, 5 de agosto de 2005

Salamandra y el fuego

Salamandra había nacido con una estrella debajo del brazo y desde niña siempre había creído que su vida era bonita porque su luz le hacía compañía.

De tanto creerlo, un día descubrió que tenía miedo de perder su estrella y que todo se volviera oscuro. Tuvo miedo de olvidar tantos colores como conocía.

Casi sin darse cuenta, el miedo se fue acomodando en su corazón. Cuanto más tiempo pasaba, más grande se hacía aquél y menos espacio quedaba para su estrella.

Una noche en la que ya sólo distinguía algunos colores, sintió que su luz apenas parpadeaba como una vela. Y Salamandra quiso reconocer en ello su madurez.

Pero lo cierto es que, en su madurez, se sentía triste. Por más que crecía, nadie le enseñaba cómo sustituir el calor de su estrella. Solo el fuego le aliviaba.

Delante de su chimenea recuperaba a la niña que llevaba dentro y con ella, el calor de su estrella. A veces incluso oía que el fuego le susurraba.

Fue otra noche, una en la que le tiritaba el alma, cuando entendió de qué hablaban aquellos chasquidos. Intuyó el fuego. Comprendió la fuerza de su estrella.

Comprendió que el miedo había paralizado su voluntad y valentía para crecer siendo ella misma. Que la luz de su estrella era su propia fuerza de transformación.

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