viernes, 14 de octubre de 2005

Apología de la travesura

Hasta que nos sientan en esas sillas verdes o color madera en las que nos “educan” y socializan, nuestro método natural de aprendizaje se basa en el cuestionamiento, la experimentación y el juego. A partir de ese momento comienza nuestro bagaje hacia un mundo en el que tenemos que ser cada vez más serios, concienzudos y respetuosos con normas y costumbres sobre todo: el mundo adulto.

Un mundo en el que todo tiene un lugar que debemos conocer y re-conocer en pos de la más correcta convivencia. Una convivencia que nos coloca a cada cual en algún lugar adecuado para asegurar una vida afable. Y que juzga inapropiados juegos y experimentos y sospechosa a la pregunta.

Pero cuestionar no exige necesariamente “poner en duda lo afirmado por alguien”, puede pretender sólo “controvertir un punto dudoso, proponiendo las razones, pruebas y fundamentos de una y otra parte”. Experimentar sólo es “probar y examinar prácticamente la virtud y propiedades de una cosa”. Y jugar no es más que “hacer algo con alegría y con el sólo fin de entretenerse o divertirse”.

¿Y qué tiene de sospechoso o inadecuado, entonces, divertirse alegremente preguntando porqués y experimentando las posibles respuestas? ¿Alguien lo sabe? Porque yo, la verdad, sólo huelo a chamusquina...

Sé de gente que un día decidió ir a conocer otras tierras y que, probablemente por ser y sentirse ajena a la cultura y costumbres del lugar, tuvo la oportunidad de experimentar respuestas propias y apropiadas –algunas innovadoras y otras simplemente diferentes- a las preguntas que les hacía aquella nueva realidad. Y que disfrutó vivamente de ello.

Y sé que, más tarde, a esa misma gente le resultó difícil volver a casa porque el peso de la cultura, las normas y la costumbre que nos inculcaron en nuestra infancia y adolescencia se les antojó demasiado grande como para ser capaz de vencerlo y seguir sintiéndose, esta vez aquí, divertidamente viva...

Y yo, que nací y estuve casi siempre por aquí... quiero vivir preguntando, experimentando y jugando porque estoy firmemente convencido de que una manera más creativa e ingeniosa de relacionarnos con cuanto y quienes nos rodean es un gran compromiso en la búsqueda de nuestra propia felicidad; pero también por el enorme potencial transformador que ello supone.

Niños y niñas, jóvenes de todo sexo, señoras y caballeros: ¡hagan juego!

Moisés.

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