martes, 18 de octubre de 2005

El viejo desorden mundial

Hay quien piensa que lo que nos distingue de los animales es que tenemos alma, quien opina que nuestra inteligencia, quien apuesta por el sentido del humor e incluso quien defiende –sabiamente- que se trata de nuestra estupidez...

Pero yo estoy cada vez más convencido de que lo que realmente nos distingue de los animales es que somos seres profundamente cobardes.

E intuyo que esa cobardía, más que casual, es consecuencia de la enorme responsabilidad de ser los primeros seres del planeta con tan amplia capacidad de raciocinio. Y es que ¿quién podía habernos orientado en el manejo de nuestra herramienta de pensar? Insisto: estoy convencido de que, motivados por la conciencia de nuestra propia fragilidad, nos hemos esforzado durante demasiado tiempo en dar una respuesta excesivamente proteccionista a nuestros miedos.

El miedo a la muerte nos aconseja una acumulación de riquezas tal que nos asegure la supervivencia incluso en épocas difíciles; el miedo al sufrimiento nos recomienda la creación de una estructura sociopolítica que nos asegure una vida suficientemente relajada; y el miedo a lo desconocido nos incita a mantener unas actitudes de vida basadas en el recelo y la suspicacia.

Pero las consecuencias de dicha lógica son más que evidentes en nuestro tiempo: la acumulación de riquezas nos ha conducido a un grave deterioro del planeta que ocupamos por la sobreexplotación de sus recursos y la acumulación de residuos; las estructuras sociopolíticas que hemos creado han favorecido enormes diferencias de oportunidades entre los pueblos y sus gentes; y las actitudes de recelo y suspicacia han generado relaciones interpersonales basadas en la intransigencia y el dominio del hombre frente a la mujer, del mundo adulto frente a la infancia y la tercera edad, entre las distintas razas, entre las diferentes culturas y religiones...

Y aunque pueden configurarse así los que deben ser nuestros principales frentes de actuación -el medio ambiente, las estructuras sociopolíticas y las relaciones personales-, es evidente que el verdadero potencial de transformación de la realidad reside en la capacidad de las personas, los grupos y los pueblos de afrontar reflexivamente la respuesta a sus propios miedos e inquietudes.

Por fin, el efecto paradojal del miedo es que, en pos de una supervivencia relajada, no sólo dificulta nuestro auténtico desarrollo como individuos y como especie, sino que va a acabar por impedir la vida misma. ¿Hasta cuando vamos a posponer nuestra valentía?

Moisés.

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